La Espiritualidad de los Sioux
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Extractos del libro "The Soul Of The Indian"
por Ohiyesa (Dr. Charles Alexander Eastman),
publicado por primera vez en 1911
por la University of Nebraska Press.

Resumen y traducción de Cheryl Harleston

Espiritualidad || Muerte y Reencarnación || El Silencio
Enseñanza Religiosa Temprana || La Medicina || Animales Totémicos
La Civilización || El Matrimonio || La Mujer || Dar || Los Nombres
Mentir || Las Propiedades || La Guerra || La Valentía || Las Normas Morales

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He dividido este resumen en varios temas, para facilitar la búsqueda de referencias. Por otro lado, contrario a las reglas generales y permitiéndome licencia literaria, comienzo con el último párrafo del libro de Ohiyesa, pues creo que expresa claramente mi propia intención detrás de este resumen.

— Cheryl Harleston

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Ohiyesa

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Dr. Charles A. Eastman (Ohiyesa)
Cortesía del Departamentp de Colecciones Especiales,
Biblioteca de la Universidad de Iowa.

 

Tales son las creencias con las que fui criado —los ideales secretos que han alimentado en el Indio Americano un carácter único entre los pueblos de la Tierra. Su sencillez, su reverencia, su bravura y rectitud deben permanecer para que apelen por sí mismas al americano de hoy, que es el heredero de nuestros hogares, nuestros nombres y nuestras tradiciones. Puesto que de nosotros no queda más que el recuerdo, ¡dejad al menos que dicho recuerdo sea justo!

— Ohiyesa

 

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Sobre la Espiritualidad

El culto al "Gran Misterio" era silencioso, solitario, libre de cualquier búsqueda egoísta. Era silencioso porque toda palabra necesariamente es débil e imperfecta; por lo tanto, las almas de mis ancestros ascendían hacia Dios en una adoración sin palabras. Era solitario porque creían que Él está más cerca de nosotros en la soledad, y no había sacerdotes autorizados para intervenir entre un hombre y su Creador. Nadie podía exhortar, confesar o entrometerse de manera alguna en la experiencia religiosa de otro. Entre nosotros, todos los hombres fueron creados como hijos de Dios y se paraban erguidos, conscientes de su divinidad. Nuestra fe no podía ser concebida en credos ni forzada en quien no estuviese dispuesto a recibirla. En consecuencia, no había prédica, proselitismo ni persecución, y tampoco había mofadores o ateos.

No había templos ni santuarios entre nosotros, excepto los de la naturaleza. ¡El Indio consideraría sacrilegio construir una casa para Él, con quien podía encontrarse cara a cara en los pasillos misteriosos y sombríos del bosque primitivo, o en el soleado regazo de las praderas virginales, sobre las vertiginosas cúspides de roca desnuda, y allá a lo lejos, en la enjoyada bóveda del cielo nocturno! Él, que se viste a Sí mismo con delgados velos de nubes ahí en la orilla del mundo visible donde nuestro Bisabuelo Sol enciende su fogata vespertina; Él, que navega sobre el viento inclemente del norte, o infunde Su espíritu suavemente sobre los aromáticos aires del sur, cuya canoa de guerra es lanzada sobre ríos majestuosos y mares tierra adentro —¡Él no necesita una catedral inferior!

Desde su punto de vista, el Sol y la Tierra fueron los padres de toda la vida orgánica. Del Sol, como padre universal, procede el principio dador de vida en la naturaleza, y en el vientre paciente y fructífero de nuestra madre, la Tierra, se esconden los embriones de plantas y hombres.

Los elementos y las fuerzas majestuosas de la naturaleza —el Relámpago, el Viento, el Agua, el Fuego y la Helada— eran vistos con asombro como poderes espirituales, pero siempre secundarios y de carácter intermedio. Creíamos que el espíritu penetra toda la creación y que cada criatura posee un alma en algún grado, aunque no necesariamente un alma consciente de sí misma. El árbol, la cascada, el oso gris, cada uno es una Fuerza personificada y como tal era objeto de reverencia.

Al Indio le encantaba simpatizar y experimentar una comunión espiritual con sus hermanos del reino animal, cuyas almas mudas tenían, según él, algo de la pureza impecable que le atribuimos al niño inocente e irresponsable. Tenía fe en los instintos de los animales, como en una sabiduría misteriosa dada desde lo alto. Y aunque aceptaba humildemente el sacrificio supuestamente voluntario de sus cuerpos para preservar el propio, rendía homenaje a sus espíritus mediante rezos y ofrendas prescritas.

Cuando en el curso de la cacería diaria el cazador rojo se topa con una escena impresionantemente hermosa y sublime —una nube de tormenta negra con la cúpula luminosa del arcoiris sobre una montaña, una cascada blanca en el corazón de una cañada verde, una vasta pradera teñida con el rojo sangre del atardecer— se detiene por un instante en actitud de adoración. No ve necesidad alguna de apartar un día entre siete como día sagrado, pues para él todos los días son de Dios.

Cada acto de su vida es, en un sentido muy real, un acto religioso. Reconoce el espíritu en toda la creación y cree que extrae poder espiritual de él. Su respeto por la parte inmortal del animal, su hermano, a menudo lo lleva a colocar el cuerpo de su presa ceremoniosamente en la tierra y decorar la cabeza con pintura simbólica o plumas. Entonces se pone de pie en actitud de oración, sosteniendo en alto la pipa llena, como muestra de haber liberado con honor el espíritu de su hermano, cuyo cuerpo su necesidad lo llevó a tomar para sustentar su propia vida.

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Sobre Muerte y Reencarnación

La actitud del Indio hacia la muerte, prueba y trasfondo de la vida, es enteramente compatible con su carácter y filosofía. La muerte no guarda terror para él; la encara con sencillez y perfecta calma, buscando sólo un fin honorable como su último regalo para su familia y sus descendientes. Por ende corteja la muerte en la batalla. Por otro lado, consideraría una desgracia ser asesinado en una disputa privada. Si uno está muriendo en casa, es costumbre llevar su cama al exterior conforme se acerca el fin, para que su espíritu pueda marcharse bajo el cielo abierto.

Muchos Indios creían que uno podía nacer más de una vez, y había algunos que afirmaban tener pleno conocimiento de una encarnación pasada. También había quienes sostenían pláticas con algún "espíritu gemelo" nacido en otra tribu o raza.

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Sobre el Silencio

El primer americano mezclaba una humildad singular con su orgullo. La arrogancia espiritual era extraña a su naturaleza y enseñanza. Nunca sostuvo que el poder del lenguaje articulado fuese prueba de superioridad sobre la tonta creación; para él es más bien un don peligroso. El Indio cree profundamente en el silencio —señal de un equilibrio perfecto. El silencio es el balance o equilibrio absoluto de cuerpo, mente y espíritu. El hombre que mantiene su individualidad siempre calmada y firme ante las tormentas de la existencia —ni una hoja, por así decirlo, se mueve en el árbol, ni una ola en la superficie del reluciente estero— tiene la actitud y conducta de vida ideal en la mente del sabio iletrado.

Si le preguntas "¿Qué es el silencio?", responderá "¡Es el Gran Misterio! ¡El silencio sagrado es Su voz!" Si preguntas: "¿Cuáles son los frutos del silencio?", él dirá: "Son el autocontrol, la verdadera valentía o resistencia, la paciencia, la dignidad y la reverencia. El silencio es la piedra angular del carácter."

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Sobre la Enseñanza Religiosa Temprana

El Indio era un hombre religioso desde el vientre de su madre. Desde el momento en que ella reconocía la concepción hasta el final del segundo año de vida —que era la duración normal de la lactancia— la influencia espiritual de la madre era lo que más contaba. Su actitud y meditaciones secretas debían llevarse a cabo de tal forma que infundieran en el alma receptiva del nonato el amor por el "Gran Misterio" y un sentido de hermandad con toda la creación. El silencio y el aislamiento son la regla de vida para la mujer embarazada, quien vagaba devotamente en la quietud de los grandes bosques o en el regazo de la pradera inexplorada.

Y cuando el día de días de su vida amanece —el día en que habrá de venir una nueva vida, el milagro cuya creación se le ha confiado a ella— no busca ayuda humana. Ha sido entrenada y preparada en cuerpo y mente para esta labor, su más sagrada, desde que tiene memoria. Es mejor encarar la experiencia sola, donde no haya ojos curiosos o compasivos que la avergüencen, donde toda la naturaleza le diga a su espíritu: "¡Es el amor! ¡Es el amor! ¡La realización de la vida!"

Ella continúa su enseñanza espiritual, al principio silenciosamente —simplemente señalando con el dedo la naturaleza— y más tarde con canciones murmuradas, como canto de aves, de mañana y tarde. Para ella y para el niño, las aves son personas reales que viven muy cerca del "Gran Misterio", los árboles que murmuran respiran Su presencia, las caídas de aguas cantan Su alabanza.

Si el niño se muestra irritable, la madre levanta su mano. "¡Calla, calla!", le advierte con ternura, "¡Los espíritus pueden perturbarse!" Le pide que permanezca quieto y escuche la plateada voz del álamo o los címbalos estruendosos del abedul. Y por la noche ella señala hacia los cielos, el brillante sendero a través de la galaxia esplendorosa de la naturaleza hacia Dios. Silencio, amor, reverencia —ésta es la trinidad de las primeras lecciones. Y a éstas añade posteriormente generosidad, valentía y castidad.

Esta madre salvaje no sólo tiene la experiencia de su madre y abuela, y las reglas aceptadas de su gente como guías, sino que humildemente busca aprender de hormigas, arañas, castores y tejones. Estudia la vida familiar de las aves, tan exquisita en intensidad emocional y paciente devoción, hasta que ella misma parece sentir el corazón materno universal en su propio pecho. Con el tiempo, el niño toma una actitud de oración por iniciativa propia y se expresa con reverencia de los Poderes. Piensa que es hermano de sangre de todas las criaturas vivientes, y el viento de tormenta es para él un mensajero del "Gran Misterio".

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Sobre Medicina

No cabe duda que el Indio consideraba la medicina algo muy cercano a las cosas espirituales. Como médico, originalmente era muy hábil y a menudo exitoso. Utilizaba únicamente cortezas, raíces y hojas curativas con cuyas propiedades estaba familiarizado, usándolas en forma de destilación o té y siempre individualmente. El baño de estómago o baño interno fue uno de sus valiosos descubrimientos, y el baño de vapor se usaba extensamente. Podía reparar un hueso roto con bastante éxito, pero nunca practicaba la cirugía en forma alguna. Además, el curandero poseía gran magnetismo y autoridad personales, y en su tratamiento a menudo buscaba restablecer el equilibrio de su paciente mediante influencias mentales o espirituales.

La palabra Sioux para el arte de curar es "wapiya", que literalmente significa "reajustar" o "renovar". "Pejuta", literalmente raíz, significa medicina, y "wakan" significa espíritu o misterio. De esta manera las tres ideas, aunque a veces asociadas, eran diferenciadas cuidadosamente.

Es importante recordar que, antiguamente, el curandero no recibía pago alguno por sus servicios, que por naturaleza eran una función o un cargo honorable. Cuando la idea del pago y el trueque fue introducida entre nosotros y los regalos u honorarios valiosos comenzaron a ser exigidos por dar tratamiento a los enfermos, la avaricia y rivalidad resultantes condujeron a muchas prácticas desmoralizadoras y, con el tiempo, a la aparición del "mago" moderno, quien por lo general es un fraude y un embaucador de la clase más vulgar.

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Sobre Animales Totémicos

Siempre buscando establecer una camaradería espiritual con la creación animal, el Indio adoptaba uno u otro animal como su "tótem", la figura emblemática de su sociedad, familia o clan. La bestia, ave o reptil sagrado, representado por su piel disecada o por una pintura primitiva, era tratado con reverencia y llevado a la batalla para asegurar la protección de los espíritus. El atributo simbólico de castor, oso o tortuga, tales como sabiduría, astucia, valentía y cosas por el estilo, era supuestamente conferido misteriosamente en el portador de la insignia.

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Sobre la Civilización

No fue enteramente por ignorancia que el Indio no haya logrado establecer poblados permanentes y desarrollar una civilización material. Para el sabio iletrado, la concentración de población era la prolífica madre de todos los males, tanto morales como físicos. Argumentaba que el alimento es bueno, mientras que el exceso mata; que el amor es bueno, pero la lujuria destruye; y no menos temida que la pestilencia que se deriva de las moradas abarrotadas e insalubres, era la pérdida de poder espiritual inseparable del contacto demasiado estrecho con el prójimo. Cualquiera que haya vivido mucho al aire libre sabe que hay una fuerza magnética y sensible que se acumula en la soledad y que se disipa rápidamente con la vida en multitud; e incluso sus enemigos han reconocido el hecho de que, en cierto poder y aplomo innato, totalmente independiente de las circunstancias, el Indio Americano no ha sido superado entre los hombres.

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Sobre el Matrimonio

No había entre nosotros una ceremonia religiosa ligada al matrimonio, aunque por otro lado la relación entre un hombre y una mujer era considerada misteriosa y sagrada en sí misma. Creíamos que dos que se aman deben unirse en secreto antes del reconocimiento público de su unión, y deben probar su apoteosis con la naturaleza. Era costumbre que la joven pareja desapareciera en la espesura, pasando ahí algunos días o semanas en perfecta reclusión y doble soledad, regresando después al campamento como marido y mujer. Por lo general, seguía un intercambio de regalos y entretenimientos entre las dos familias, pero la bendición nupcial era otorgada por el Máximo Sacerdote de Dios, la reverenda y sagrada Naturaleza.

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Sobre la Mujer

Se ha dicho que la posición de la mujer es la prueba de civilización, y la de nuestras mujeres estaba segura. En ellas se confería nuestro código de moral y la pureza de nuestra sangre. La esposa no tomaba el nombre de su marido ni entraba a su clan, y los hijos pertenecían al clan de la madre. Ella guardaba todas las propiedades de la familia, la descendencia se marcaba en la línea materna, y el honor de la casa estaba en sus manos. La modestia era su principal adorno; de ahí que las mujeres jóvenes usualmente eran silenciosas y retraídas. Pero la mujer que alcanzaba la madurez en años y sabiduría, o que hubiera mostrado una valentía notable en alguna emergencia, a veces era invitada a ser parte del consejo.

Así gobernaba indisputable dentro de su propio dominio y era para nosotros un pilar de fortaleza moral y espiritual, hasta la llegada del hombre blanco fronterizo, el soldado y el traficante, quienes con su bebida fuerte derribaron el honor del hombre y, a través del poder ejercido sobre un marido sin valor, compraban la virtud de su esposa o de su hija. Cuando ella cayó, la raza entera cayó con ella.

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Sobre Dar

Dar públicamente es una parte de toda ceremonia importante. Es parte apropiada de las celebraciones del nacimiento, matrimonio y muerte, y se observa siempre que se desea rendir un honor especial a alguna persona o suceso. En tales ocasiones, es común dar hasta el punto de total empobrecimiento. El Indio, en su sencillez, literalmente regala todo lo que tiene a sus familiares, a los invitados de otra tribu o clan, pero sobre todo al pobre y al anciano, de quienes no espera nada a cambio. Finalmente, el regalo al "Gran Misterio", la ofrenda religiosa, podría ser de poco valor en sí misma, pero en la propia mente del dador debe llevar el significado y la retribución del verdadero sacrificio.

Los huérfanos y los ancianos son cuidados invariablemente, no sólo por sus familiares cercanos, sino por todo el clan. Es motivo de orgullo para los amorosos padres que sus hijas visiten a los desafortunados y los desvalidos, llevándoles alimento, peinando sus cabellos y arreglando sus vestimentas.

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Sobre los Nombres

Los nombres Indios o bien eran apodos característicos otorgados en actitud juguetona, nombres de hazañas o nombres de nacimiento, o bien tenían significado religioso y simbólico. Se ha dicho que cuando nace un niño, algún accidente o aspecto inusual determina su nombre. Esto es a veces el caso, pero no es la regla. Un hombre de carácter vigoroso, con buenos antecedentes de guerra, por lo general lleva el nombre del búfalo o del oso, del relámpago o de alguna fuerza natural temida. Otro de naturaleza más pacífica podría llamarse Ave Veloz o Cielo Azul. El nombre de una mujer por lo general sugería algo en relación al hogar, a menudo con el adjetivo "hermosa" o "buena", una terminación femenina. Los nombres de cualquier dignidad o importancia deben ser conferidos por los ancianos, y especialmente si tienen significado espiritual, como Nube Sagrada, Noche Misteriosa, Mujer Espíritu y otros similares. Tales nombres a veces eran portados por tres generaciones, pero cada individuo debía probar que lo merecía.

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Sobre Mentir

Se dice que, al principio, mentir era una ofensa capital entre nosotros. Creyendo que el mentiroso intencional es capaz de cometer cualquier crimen detrás de la mampara de la falsedad y la traición cobarde, el destructor de la confianza mutua era rápidamente matado, para que el mal no pudiese continuar.

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Sobre las Propiedades

El Indio verdadero no pone precio ni a su propiedad ni a su trabajo. Su generosidad está limitada sólo por su fuerza y habilidad. Considera un honor ser elegido para un servicio difícil o peligroso, y juzgaría vergonzoso pedir cualquier recompensa, diciendo más bien: "¡Que aquél a quien sirvo exprese su agradecimiento de acuerdo a su crianza y su sentido de honor!"

No obstante, reconoce los derechos en la propiedad. Robar a uno de su tribu ciertamente es una desgracia si se descubre, y el nombre "Wamanon" o Ladrón se le confiere para siempre como algo inalterable. La única excepción a la regla es en el caso del alimento, que está siempre disponible para el hambriento, si no hay nadie cerca que se lo ofrezca. No podía haber otra protección además de la ley moral en una comunidad India, donde no existían cerrojos ni puertas, y todo estaba abierto y era de fácil acceso para todos los visitantes.

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Sobre la Guerra

Considerábamos la guerra como una institución para el "Gran Misterio" —un torneo organizado o una prueba de valentía y destreza, con complicadas reglas y "cuenta de puntos" para recibir el codiciado honor de la pluma de águila. Se llevaba a cabo para desarrollar la cualidad de hombría y su motivo era caballeroso o patriótico, pero nunca el deseo por el engrandecimiento territorial o el derrocamiento de una nación hermana. En un principio era común que una batalla o contienda durase todo el día, con gran despliegue de arrojo y equitación, con apenas unos cuantos más muertos y heridos de los que pudieran ser transportados del campo durante un juego universitario de fútbol.

El hombre que mataba a otro en batalla tenía que guardar luto durante treinta días, pintando su cara de negro y soltándose el cabello, según la costumbre. Por supuesto que él no consideraba pecado el arrebatar la vida de un enemigo, y este luto ceremonial era en señal de reverencia por el espíritu difunto.

Las crueldades injustificables y las costumbres más bárbaras de guerra se intensificaron de manera considerable con la llegada del hombre blanco, quien trajo con él licor ardiente y armas mortales, encendiendo las peores pasiones del Indio, provocando en él sentimientos de venganza y codicia, e incluso ofreciendo dádivas por los cueros cabelludos de hombres, mujeres y niños inocentes.

El asesinato dentro de la tribu era una ofensa grave, a ser expiada como acordara el consejo, y a menudo sucedía que el asesino fuese convocado a pagar la pena con su propia vida. Él no intentaba escapar o evadir la justicia. Que el crimen fuese cometido en las profundidades del bosque o a altas horas de la noche, sin ojo humano que lo atestiguara, no marcaba diferencia alguna en su mente. Estaba plenamente convencido de que el "Gran Misterio" todo lo sabe y, por ende, no dudaba en entregarse para ser enjuiciado por los ancianos sabios del clan de la víctima. El asesinato intencional era un suceso raro antes de los días de whisky y de disputas de borrachos, pues no éramos un pueblo violento ni pendenciero.

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Sobre la Valentía

Ni siquiera los peores enemigos del Indio —aquellos que lo acusan de traición, sed de sangre, crueldad y lujuria— han negado su valentía, aunque en sus mentes se trate de una valentía ignorante, brutal y fantástica. Su propia concepción de bravura la convierte en una virtud altamente moral, pues para él no consiste en fuerza agresiva sino en autocontrol absoluto. Nosotros sostenemos que el hombre verdaderamente valiente no se rinde ante el miedo, el enojo, el deseo o la agonía; él es amo de sí mismo en todo momento; su valentía se eleva a las alturas de la caballerosidad, el patriotismo y el verdadero heroísmo.

"No permitas que el frío, ni el hambre, ni el dolor, ni el miedo a éstos, ni los dientes relucientes del peligro, ni las mismísimas mandíbulas de la muerte misma, eviten que hagas una buena acción", le dijo un viejo jefe a un explorador a punto de partir en busca del búfalo a mitad del invierno, para aliviar el hambre de su gente.

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Sobre las Normas Morales

Mucho antes de escuchar sobre Cristo o ver un hombre blanco, yo ya había aprendido la esencia de la moralidad, gracias a una mujer iletrada. Con la ayuda de la misma amada Naturaleza, ella me enseñó cosas simples pero de gran importancia. Yo conocía a Dios. Percibía lo que es la bondad. Veía y amaba lo que es realmente hermoso. ¡La civilización no me ha enseñado nada mejor!

De niño entendía cómo dar; he olvidado esa gracia desde que me volví civilizado. Vivía la vida natural, mientras que ahora vivo la artificial. Cualquier guijarro bonito era valioso para mí entonces; cada árbol que crecía era objeto de reverencia. ¡Ahora rindo culto con el hombre blanco frente a un paisaje pintado cuyo valor es calculado en dólares! El Indio es reconstruido, así como la roca natural es hecha polvo y convertida en bloques artificiales que puedan incorporarse en la construcción de los muros de la sociedad moderna.


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