¿Dijo usted salvajes?
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Testimonios de barbarismo en los Estados Unidos

Recopilado por Cheryl Harleston

 

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Entre 1870 y 1880 todos los Sioux fueron empujados hacia las reservaciones, cercados y obligados a dejar todo lo que había dado significado a su vida —sus caballos, su cacería, sus armas, todo. Pero bajo las largas nieves de desesperación, la pequeña chispa de nuestras antiguas creencias y de nuestro orgullo siguió brillando, a veces sólo escasamente, esperando que un viento cálido convirtiera esa chispa en llama otra vez.

Mary Crow Dog, “Lakota Woman”, 1991.

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El destacamento Sioux largamente esperado, en camino al Territorio Indio de Oklahoma, llegó ayer por la tarde a Omaha... Caballo Americano traía a su mujer y a su hijo con él y había otras once mujeres en el grupo. Una o dos realmente eran agradables de cara, pero la mayoría parecían suegras. Quizás esto sea demasiado severo  —todas tenían la apariencia de ser amables por momentos y el Herald no desea decir algo realmente malo acerca de ellas. El hijo de Caballo Americano parecía un pequeño mendigo regordete y fornido, y cuando una de las damas le habló, él dejó salir un tremendo chillido, tan natural y aparentemente vivo como si fuese humano.

The Omaha Herald, November 4, 1876.

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La mayoría de los agentes hicieron su mejor esfuerzo por socavar e ignorar la autoridad de los jefes y líderes que se resistían a sus maneras y demandas, mientras que complacían a los hombres de menor rango que hacían cualquier cosa que se les decía. Además, estos agentes dieron un golpe duro en el punto más crítico, uniendo a las autoridades de la iglesia en un esfuerzo masivo por extinguir la esencial vida ceremonial de los Sioux.

Ya en 1881, calificando a la Danza del Sol como “ritos salvajes”, “barbarie”, “este cruel espectáculo” y “horrible”, los blancos prosiguieron a erradicar el rito, prohibiendo su práctica en todas las reservaciones Sioux. Poco tiempo después, condenaron casi todos los rituales y prácticas tradicionales, y quienes violaban la regla estaban sujetos a la disciplina instantánea y el arresto.

— Thomas E. Mails, “Fools Crow”, 1979.

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Entonces los adoradores bailan dando vueltas y vueltas, sus ojos fijos en el sol lacerante, mientras que el jalón y jalón y jalón de la carne sangrante resuena un ritmo enfermo junto a los “hi-yas” de una canción Dakota. Estas y miles otras monstruosas costumbres eran lo que los primeros misioneros tenían que combatir.

Sería un error, por supuesto, suponer que todos los Sioux han abrazado el Cristianismo. Todo mundo sabe que hay todavía algunos descontentos que llevan el cabello largo, que se alejan tanto como les es posible de sus agencias, y que aún anhelan el exterminio de los blancos y el retorno del búfalo.

Devoción, utilidad, limpieza, cortesía y aprendizaje son los puntos que se desea alcanzar. Cuando le dije el acostumbrado “hau, kola” a un pequeño en la misión de St. Elizabeth, el pequeño contestó “buenos días, señor”, de un modo que me hizo sentir decididamente en desventaja.

Las iglesias y sociedades religiosas ciertamente han apagado el fuego del barbarismo en los niños indios. La Biblia, traducida a su idioma nativo, se ha puesto ante ellos, para que el elemento más joven no crezca creyendo en esa forma conveniente de oración —simplemente apuntar la pipa— que expresaba tan poco, pero implicaba toda clase de solicitudes de caballos y carne y una vejez cómoda. El matrimonio de acuerdo a los ritos cristianos ha reemplazado a la fiesta anual de las vírgenes, en la que una doncella calumniada se paraba cara a cara con su acusador frente al fuego sagrado y hacía un juramento altisonante en defensa de su pureza. La desaparición de la manta y el taparrabos, del pelo largo y los rostros pintados, es una señal de que los Sioux han sucumbido a una civilización más fuerte, y que con sus viejas costumbres han caído sus viejos dioses.

— William H. Wassel, “The Religion of the Sioux”,
Harpers New Monthly Magazine, 1893.

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La Oficina de Asuntos Indios está contemplando instituir una campaña vigorosa contra las prácticas de los curanderos, o doctores y magos indios. El secreto con que llevan a cabo sus operaciones y el temor supersticioso con el cual un gran número de indios les mira, incluso hasta el presente, ha tornado muy difícil eliminarlos de las reservaciones y, aunque están proscritos por la ley de ejercer sus funciones tradicionales, sólo los casos más flagrantes de sus ritos bárbaros son notados por las autoridades.

— Autor desconocido, tomado de un antiguo artículo de diario.

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Los blancos destruyeron el tiyospaye (grupo de familia extendida), no por accidente, sino por política. El estrecho clan, fijo en sus maneras antiguas, era un estorbo en el camino del misionero y el agente del gobierno, y sus tradiciones y costumbres eran una barrera para lo que el hombre blanco llamó “progreso” y “civilización.” Así que el gobierno rompió el tiyospaye y forzó a los Sioux a tener el tipo de relación conocida ahora como “familia nuclear” —impuso a cada pareja el reparto de tierra con posesión individual, intentando enseñarles “los beneficios del egoísmo sano sin el cual la más alta civilización es imposible”. Al menos así lo dijo un secretario de gobernación. Así que el gran lavado de cerebro empezó y a quienes no les gustó que sus cerebros fueran lavados, fueron empujados cada vez más lejos hacia atrás, hacia el aislamiento y el hambre. Los civilizadores hicieron un buen trabajo con nosotros, sobre todo entre los mestizos, usando el método del palo y la zanahoria, hasta que finalmente ya no existen ni el tiyospaye ni una familia nuclear al estilo de los blancos, sólo quedan niños indios sin padres.

— Mary Crow Dog, “Lakota Woman”, 1991.

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La ley aprobada recientemente para la educación obligatoria de los indios es un paso en la dirección correcta. Aunque podamos instar que estas personas podrían ser finalmente persuadidas a adoptar voluntariamente los medios de una cultura superior, no hay tiempo, sin embargo, para esperar tales desarrollos en el caso de los indios de hoy. Su educación inmediata es su única salvación. Ellos deben ser forzados hasta donde sea posible a transformar su modo de vida de acuerdo con las costumbres de la vida industrial y civil moderna.

No habrá de suponerse que los padres de niños indios sean capaces de determinar si la educación es buena para sus hijos o no. De hecho, ni siquiera es concebible que quienes han alcanzado la edad madura rechacen de buena gana su vida salvaje, considerando las pasadas relaciones del Gobierno de los Estados Unidos con sus pupilos indios, como podría llamárseles.

Es la única esperanza de salvación para la raza india. La inspiración tribal y la influencia tribal deben romperse y los indios deben ser enseñados a tomar su posición entre la gente de su país, a esforzarse por su pan y participar en las industrias de la vida común. Deben ser preparados para la ciudadanía inteligente; deben saber cómo ganar y mantener la propiedad; deben entender sus derechos, estar satisfechos con lo que les pertenece y no pedir nada más. Con una educación tal, el problema indio presenta una promesa adecuada de solución.

— F.W. Blackmar, University of Kansas, 1895.

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La instrucción de todos los niños indios en buenas escuelas durante un periodo dado cada año, debe hacerse obligatoria. En esa dirección yace la única gran esperanza de modificar y mejorar el carácter indio. No se sabe, en el mejor de los casos, si los miembros adultos de las tribus salvajes pueden ser inducidos o reprimidos para levantarse de su salvajismo abyecto al nivel de cualquier idea fija de educación. Pero la generación que surge es plástica y puede ser amoldada eficazmente a usos superiores. La educación de los niños llega al centro del problema. Debemos empezar en la cuna si hemos de conquistar el barbarismo y elevar una raza a una altura más allá de sí misma.

— Harry King, “The Indian Country”, 1916.

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Muchos niños indios son llevados a casas adoptivas. Esto sucede incluso en algunos casos en los que los padres o abuelos están deseosos y son capaces de cuidar de ellos, pero los trabajadores sociales dicen que sus casas son inferiores, o que hay retretes exteriores en lugar de los inodoros modernos, o que la familia simplemente es “demasiado pobre.” Para un trabajador social blanco, un inodoro moderno es más importante que una buena abuela.

— Mary Crow Dog, “Lakota Woman”, 1991.

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La escuela misionera de St. Francis fue una maldición para nuestra familia por generaciones. Mi abuela fue allí, luego mi madre, luego mis hermanas y yo. En un momento u otro, cada una de nosotras intentó huir. La abuela me contó una vez acerca de los malos tiempos que había pasado en St. Francis. Cierta vez ella estaba en la iglesia y en lugar de rezar estaba jugando. En castigo la llevaron a un cubículo pequeño, aproximadamente de metro y medio por metro y medio por tres metros, donde se quedó en la oscuridad porque las ventanas habían sido tapiadas. La dejaron allí una semana entera, con sólo pan y agua de alimento. Después de salir, rápidamente huyó junto con otras tres muchachas. Pero las encontraron y las llevaron de vuelta. Las monjas las desnudaron y las azotaron con un látigo de caballo. Luego encerraron a mi abuela de nuevo en el ático —durante dos semanas.

Una vez, cuando tenía 13 años, me negué a ir a misa porque no me sentía bien. Una monja me agarró por el cabello, me arrastró hacia abajo, me hizo inclinarme, me subió el vestido, me bajó las pantaletas y me dio lo que ellas llamaban “los golpazos” —veinticinco azotes con una tabla envuelta con cinta adhesiva. La monja me dejó muy mal herida.

— Mary Crow Dog, “Lakota Woman”, 1991.

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Las cosas que se hacen a los indios hoy en día bien podrían llamarse violencia silenciosa. No es necesario tener confrontaciones armadas o destruir con fuego y balas para tener violencia. La violencia silenciosa es lo que está aplastando a la gente india actualmente. Esto es lo que ha traído entre nosotros la embriaguez, la desnutrición, el hambre, la enfermedad, el sufrimiento y un número interminable de muertes.

Nos mantienen ignorantes de nuestros derechos y de los beneficios que se nos deben. No existe un esfuerzo consistente por corregir las leyes injustas a fin de fortalecer nuestra estructura social y económica. En la actualidad, el Gobierno de los Estados Unidos tiene solamente un interés, que es, desde nuestra perspectiva, un interés egoísta. Esto crea en ellos una ceguera especial con la que no puede verse la verdad. Nadie ve ya cómo vivimos en realidad. El sistema prospera usándonos, y nadie lo nota realmente.

— Fools Crow, 1975.

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Las escuelas nos dejaron analfabetos a muchos de nosotros. No nos enseñaron ningún oficio. La tierra se arrendó a los rancheros blancos. Los trabajos eran casi inexistentes en la reservación y fuera de la reservación los blancos no contrataban a los indios, si podían evitarlo. En esos días los hombres no tenían otra cosa que hacer más que empinarse la botella.

— Mary Crow Dog, “Lakota Woman”, 1991.

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Una investigación reciente del Subcomité Permanente de Investigaciones del Senado reveló cosas como ésta: la tasa de mortalidad entre los indios es 40 veces más alta que en cualquier otro grupo en América. Las mejores casas construidas por el gobierno —y que los Sioux deben comprar si quieren una— son del contrachapado más barato y no tienen aislamiento para mantener fuera el calor o las temperaturas bajo cero. Los indios sufren 60 veces más disentería, 30 veces más tos ferina, 11 veces más hepatitis y 10 veces más tuberculosis que otros americanos. 29 de los 51 hospitales mantenidos para los indios por el Departamento de Salud, Educación y Bienestar no cumplen con los requisitos mínimos impuestos por el gobierno.

— Fools Crow, 1975.

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Las personas hambrientas no pueden ser pacientes. Sin la ropa adecuada, la gente sentía vergüenza. Cuando las personas se están helando y sienten que a nadie le importa lo que piensan o hacen, pierden toda esperanza y a veces hacen cosas precipitadas.

— Fools Crow, 1975.

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En Dakota del Sur, el asesinato de un indio por lo general se trataba como delito menor y no recibía castigo; pero si un indio mataba a un hombre blanco, el indio era condenado a muerte y tenía suerte si lograba negociar la cadena perpetua.

— Mary Crow Dog, “Lakota Woman”, 1991.

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A quienes deseen entender las cuestiones de los indios Sioux sobre justicia, deben saber algo del Tratado de 1868 entre el Gobierno de los Estados Unidos, los Teton Sioux y los Arapaho. Nunca se ha revocado, pero se ha violado vergonzosamente. Las secciones más importantes del tratado son las siguientes:

  • Paz entre los Estados Unidos y los Indios; los Estados Unidos castigarán a cualquiera, indio o blanco, que viole el tratado y reembolsará a la persona dañada por la pérdida.
  • Los Sioux y los Arapaho tendrán una reservación de toda la tierra al oeste del Río Missouri en la actual Dakota del Sur; el área al norte del Río Platte del Norte y al este de las Montañas Big Horn (en Wyoming) será Territorio Indio, donde ningún blanco se establecerá o atravesará. Los Indios ceden sus demandas de otras tierras.
  • Si la reservación rinde menos de 160 acres de tierra de cultivo por persona, los Estados Unidos proporcionarán tierra cercana. Cualquiera que habite en la reservación puede tomar tierra para sí mismo o su familia y poseerla de manera privada; de no ser así, la tierra será propiedad común de la tribu. Los Estados Unidos pueden aprobar leyes sobre la cesión de tierra a los descendientes.
  • Los Estados Unidos proporcionarán: edificios educativos y económicos; un agente que viva en la reservación y que pueda remitir las quejas de violaciones del tratado para prosecución; asistencia en el cultivo; ropa y necesidades durante treinta años; comida durante cuatro años; bueyes y una vaca para cada familia que cultive.
  • El tratado sólo puede ser cambiado por los votos de las tres cuartas partes de los miembros adultos de la tribu.

Thomas E. Mails, “Fools Crow”, 1979.

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Nosotros tomamos parte de nuestra retórica de los negros, que habían empezado sus movimientos antes que nosotros. Al igual que ellos, nosotros éramos minoría, pobres y discriminados, pero había diferencias. Pienso que es muy significativo que en muchos idiomas indios a una persona negra se le llama “hombre blanco negro.” Los negros quieren lo que los blancos tienen, lo cual es comprensible. Ellos quieren estar “dentro”. ¡Nosotros los indios queremos estar “fuera”! Ésa es la principal diferencia.

— Mary Crow Dog, “Lakota Woman”, 1991.

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La subyugación de una raza por sus enemigos no puede sino crear sentimientos del más intenso odio y animosidad. Posiblemente si nos pusiéramos en su lugar, podríamos comprender sus sentimientos. Suponga, por ejemplo, que en lugar de ser una nación de inmensa riqueza, población, prosperidad y felicidad, nuestros números se estrecharan por debajo de las 250,000 almas, esparcidas en bandas, pueblos o campamentos de 500 a 20,000 personas, y se confinaran dentro de los límites de distritos comparativamente pequeños. Suponga que este inmenso continente hubiese sido invadido por 60 millones de personas de Africa, India o China, clamando que su civilización, costumbres y creencias son más viejas y mejores que las nuestras, obligándonos a adoptar sus hábitos, idioma y religión, forzándonos a llevar el mismo estilo de vestimenta, a cortar nuestro cabello según su moda, a vivir de la misma comida, a cantar las mismas canciones, a rendir culto a los mismos Alás, Vishnus y Brahmas; y comprendiéramos que semejante conquista y la presencia de tal horda de enemigos se han convertido en la ruina y el azote destructor para nuestra raza: ¿cuáles serían entonces nuestros sentimientos hacia tales personas? Al considerar esta pregunta, quizás podamos comprender algunos de los sentimientos de los indios de hoy.

— General Nelson A. Miles, “The Future of the Indian Question”,
North American Review, January 1891.

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Nosotros somos muy buenos para morir. “¡Es un buen día para morir!” Ése es nuestro viejo grito de batalla. Pero esta tierra —con sus chozas de papel de alquitrán y retretes exteriores, ninguna de ellas recta, sino todas inclinadas hacia aquí o hacia allá— también es una tierra para vivir, una tierra para pasarla bien y contar chistes y hablar de los grandes hechos del pasado. Pero no puedes vivir para siempre de los hechos de Toro Sentado o de Caballo Loco. Tú no puedes llevar sus plumas de águila, ni vivir a costa de sus leyendas. Tú tienes que crear tus propias leyendas ahora. No es fácil.

— Mary Crow Dog, “Lakota Woman”, 1991.

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